En los tiempos que corren, atravesamos periodos en los que todo se revisa, se analiza y se actualiza. En el consumo del vino, también hay cambios que conviene anotar, empezando por los ensamblajes entre los platos y los vinos. Hoy se cuestiona el propio término ‘maridaje’ y se plantea el de ‘armonía’ para justificar qué textura y cualidad sensorial de un plato o un alimento es la más adecuada para compartirla con un vino determinado. ¡Qué difícil asunto! Pues bien, teniendo en cuenta que este también es un periodo de libertad para la cultura del vino, ponemos sobre el mantel el ejemplo de miles de consumidores centroeuropeos y norteamericanos, que prefieren vinos blancos y ligeros a la hora de comer carnes. Y no se ruborizan lo más mínimo.
Está claro que ha llegado la hora de revisar modos y costumbres. Si el clarete es compañero de chuletillas y lechazo asado, y el tinto joven y viejo también, ¿quién ha dicho que un blanco de uva verdejo –joven y viejo- no pueda ocupar su sitio junto a un cuarto de lechazo? Dejemos pues que el consumidor elija sin necesidad de obligarle ni ‘mediatizarle’. Pero que sepa que un cuarto asado en horno de leña puede compartir mesa, con absoluta seguridad, con un blanco Cuatro Rayas de uva verdejo. Basta probar una sola vez para querer repetir muchas más.